Por: Alejo Lugo (@alejolugo)
Cuando hablamos de emprendimiento, solemos pensar que el emprendedor es quien crea un negocio “nuevo”, se une a uno ya existente o, en algunos casos, quien “pone su negocio de empanadas en la esquina”. Aunque no se debe restar mérito al esfuerzo que esto representa, el emprendimiento va mucho más allá. Desde mi perspectiva, un verdadero emprendedor es aquel que siente la inquietud de convertir su trabajo en una pasión, sin importar si debe hacerlo “gratis”, en días festivos o durante noches enteras, con tal de alcanzar las metas que se propone.
Además, el emprendimiento implica generar nuevas oportunidades y aportar algo distinto a lo que ya existe en el mercado. Esa diferencia radica en la manera en que se hace, en el sello único que cada persona imprime en su proceso. Lo verdaderamente importante de cualquiera de estos esfuerzos, sin importar la forma que adopten, es la satisfacción personal y la del cliente.
Existen diversas formas de emprender. Solemos creer que solo se emprende cuando alguien renuncia a su trabajo y funda su propia empresa, pero el emprendimiento también puede nacer dentro de una organización, desde el rol de empleado. En ese escenario, es posible impulsar proyectos, abrir nuevas oportunidades y desarrollar capacidades que, con el tiempo, se convierten en la base para dar el salto y crear una experiencia de negocio propia.
Aquí es donde comienzo a contar mi historia como emprendedor. Al igual que muchos en mi país, inicié buscando trabajo y aceptando lo que se presentara, siempre dentro de la legalidad, mientras avanzaba en mis estudios. Mi primer empleo fue en el área de servicios de correspondencia empresarial, o como comúnmente se le conoce en las empresas: mensajero.
Esa experiencia, aunque sencilla en apariencia, me permitió descubrir aspectos del mundo corporativo que hasta entonces desconocía. Con el tiempo comprendí que deseaba —y merecía— algo más acorde con la educación que había recibido. Fue entonces cuando decidí trabajar y estudiar en áreas más alineadas con mis sueños, lo que finalmente me llevó a involucrarme en el sector de las artes gráficas.
Trabajé en varias empresas, tanto estatales como privadas, y con el tiempo fui consolidando mi formación profesional. En una compañía pequeña tuve la oportunidad de liderar personal, una experiencia que descubrí me apasionaba. Más adelante ingresé a una multinacional, donde experimenté lo que hoy conocemos como emprendimiento “intraempresarial” —aunque en ese entonces no se llamara de esa forma—. Allí comencé a generar nuevas oportunidades dentro de mi propia área y a ofrecer servicios a otras dependencias. Sin proponérmelo, terminé creando una nueva unidad de negocio que, con el tiempo, se consolidó en dos divisiones: una productiva y otra enfocada en servicios para terceros.
Esta fue mi primera experiencia de emprendimiento en la vida laboral, aunque no representó realmente mis inicios en los negocios. Mucho antes, en el colegio, ya había comenzado con dos iniciativas: la venta de artículos para fechas especiales y la comercialización de dulces de “contrabando” que ofrecía en clase, productos que, por supuesto, no estaban permitidos en los centros educativos.
Volviendo a mi etapa como empleado, descubrí otra de mis grandes pasiones: enseñar y compartir conocimientos. Siempre he sido muy inquieto por aprender de manera empírica sobre diversos temas y, en ese camino, me entrené en varias áreas técnicas relacionadas con el diseño. Cuando sentí que tenía el conocimiento suficiente para transmitirlo, comencé a invitar a mis compañeros de oficina que estuvieran interesados y formé un grupo de estudio enfocado en lo que había aprendido.
Luego llegó ese momento que todos esperamos: el de tomar decisiones. Esas que, tarde o temprano, todos debemos enfrentar o al menos hemos pensado en algún momento. Fue entonces cuando decidí lanzarme a formar mi propio emprendimiento. Y, como muchos imaginarán, entré a la oficina de mi jefe y le dije: “Quiero ser jefe, y como aquí no lo voy a lograr, renuncio”. En ese mismo instante le presenté mi nuevo trabajo a quien, hasta ese momento, había sido mi jefe. Enseguida le entregué en la mano la tarjeta de negocios que yo mismo había diseñado.
Tomar esa decisión no fue nada fácil. De hecho, la primera etapa la bauticé con una frase muy clara: “¡Por Dios! ¿Qué estoy haciendo?”
¿Qué estoy haciendo?
“¿Qué estoy haciendo?” es la primera pregunta que uno se hace al darse cuenta de que ya no tiene empleo, porque así lo decidió, y que ahora tiene un gran reto por delante.
Esa decisión cambió por completo mi manera de ver el dinero y los negocios. Desde ese primer día mi rutina dejó de ser la misma: ya no me levantaba, salía de casa y, casi en automático, tomaba el transporte para dirigirme a la oficina. En cambio, estaba sentado en mi casa preguntándome a mí mismo: “¿Y ahora qué sigue?”
La respuesta llegó casi de inmediato: lo que debía hacer era comenzar a llamar a mis conocidos y contarles que ahora trabajaba de manera independiente. No fue una tarea sencilla. La mayoría me respondía con frases como: “¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre renunciar a un trabajo fijo, estable y, según ellos, bien pago?”.
La credibilidad y la confianza no estaban precisamente de mi lado en ese momento. Pero fue entonces cuando decidí tomar el toro por los cuernos y lanzarme de lleno al ruedo.
Preparé una presentación y un portafolio, y comencé a visitar empresas. Como dato curioso, mi primer cliente fue precisamente la compañía en la que había trabajado y donde me había formado como emprendedor. Logré que me contrataran y me permitieran producir desde mi casa los mismos productos que antes realizaba en la empresa, pero ahora como freelance.
Ese primer respaldo fue decisivo. Con el apoyo de contar con un cliente de peso en mi portafolio, empecé a visitar otras compañías del mismo nivel y logré concretarlas como clientes. Así fue como alcancé un buen nivel de ingresos que me permitió crecer y, sobre todo, cumplir uno de mis grandes sueños: generar trabajo de calidad para mis colegas de profesión.
No todo es color de rosa
El principal error que cometemos la mayoría de los emprendedores es no tomarnos el trabajo de aprender más allá de la labor que desempeñamos. Cuando fuimos empleados no sentimos la necesidad de adquirir esos conocimientos, pero al emprender se vuelven indispensables. Son tareas aparentemente sencillas, como llevar un control de inventarios o un registro detallado de gastos, que pueden marcar la diferencia entre avanzar o estancarse.
En ese momento todo marchaba bien: las empresas estaban satisfechas con nuestro trabajo, generábamos buenos ingresos y mis colaboradores recibían pagos por labor realizada, lo que prácticamente los convertía en socios y no en empleados. Todos le poníamos el alma para que las cosas salieran adelante.
Entonces llegó la primera crisis. El país atravesaba un momento económico difícil y, como suele ocurrir en las empresas, comenzaron los recortes de presupuestos y gastos. Equivocadamente, el primer rubro en ser eliminado fue el de comunicaciones y publicidad. Como consecuencia, esa decisión desencadenó también nuestra primera gran crisis.
Como lo mencioné antes, el primer error que cometí fue no llevar un control de gastos. Por esta razón, los costos se mantuvieron iguales mientras los ingresos comenzaron a disminuir. Esto me llevó a concertar con mis colaboradores y hacer un primer recorte, quedándome con aquellos de mayor confianza y calidad en su trabajo. Sin embargo, pronto llegó una merma considerable en el volumen de pedidos y tuve que realizar un segundo recorte.
Como yo asumía todos los gastos de operación de la oficina, llegó el momento en que empecé a utilizar mis propios recursos para mantenerla a flote. Ese fue mi segundo gran error: el capital personal comenzó a desaparecer de manera acelerada, lo que hizo que la crisis se volviera casi total y me llevara al borde de cerrar la oficina.
Pero, como buen emprendedor, no me di por vencido. Decidí empezar de nuevo a buscar clientes y prácticamente arrancar desde cero. Esta vez me enfoqué en algo que ya había probado durante mi etapa como empleado: compartir conocimiento. Comencé a dictar talleres y clases especializadas en empresas, lo que me permitió generar nuevamente capital y reactivar la oficina, aunque con una mentalidad distinta. Ya no trabajaba con colaboradores internos, sino que recurrí al teletrabajo bajo el mismo modelo de trabajo por demanda y pago por labor realizada.
Este esquema funcionaba muy bien, hasta que surgió un nuevo error: no calculé el riesgo de que mis colaboradores tuvieran contacto directo con los clientes. En algunos casos, ellos mismos acudieron a los clientes y les ofrecieron sus servicios a un costo menor, ya que conocían de antemano las condiciones de mis negociaciones. Esto me llevó a enfrentar una nueva crisis, tanto operativa como económica.
Evolución y nuevas oportunidades
En medio de esa dificultad comenzaron a abrirse nuevas oportunidades. Fui invitado como speaker en eventos importantes del sector tecnológico, como Adobe Camp, Campus Party y Colombia 3.0. Allí me reencontré con viejos conocidos que terminaron vinculándome a un proyecto en el que se unían el gobierno, la academia y el sector empresarial: el programa Apps.co del Ministerio TIC. Fue un momento clave en mi camino, porque pasé de ser participante a convertirme en mentor especializado en diseño, presentaciones efectivas y otros temas de mi experiencia.
Gracias a esa experiencia tuve la fortuna de conocer directamente a Bob Dorf, co-creador de la metodología Lean Startup, y a Alexander Osterwalder, autor de Business Model Generation. Escucharlos y aprender de ellos me abrió los ojos a un mundo nuevo: descubrí cómo funcionaban las metodologías modernas de emprendimiento y entendí que podía aplicarlas no solo para apoyar a otros, sino también para transformar mi propio negocio. Ese fue el inicio de una nueva etapa en la que comencé a reconfigurar mi modelo, tanto personal como empresarial, con la meta clara de crecer y consolidarme.
Resumiendo un poco, después de cada crisis siempre ha llegado una nueva oportunidad de emprender, ya sea en mi labor principal o en actividades complementarias. Lo importante ha sido mantenerme en constante movimiento, buscando la manera de generar soluciones enfocadas en las necesidades reales de mis clientes y alumnos.
Lecciones aprendidas
Durante mi vida profesional y laboral he aprendido algunas cosas que hoy puedo compartir como ejemplo, para que tú, como emprendedor, si decides ponerlas en práctica, posiblemente no tengas que pasar por las mismas circunstancias que yo viví. Ojalá puedas tener un emprendimiento exitoso sin tantos —o al menos no los mismos— tropiezos que me tocaron afrontar para llegar a donde estoy hoy.
1. Lleva siempre un control de gastos.
Ya sea con la ayuda de un contador, un software, una aplicación o simplemente con un cuaderno, es fundamental registrar los gastos. Es sencillo: haz dos cuentas. La primera, relacionada con tu negocio: cuánto estás ganando o facturando y cuánto estás gastando en insumos, materiales y mantenimiento de tu lugar de trabajo, sea tu casa u oficina. La segunda, con tus finanzas personales: cuánto dinero entra y cuánto gastas. Solo así podrás tener un panorama real del comportamiento de tus finanzas.
2. Mantente siempre en movimiento.
Ningún cliente se queda contigo solo porque eres buena persona o porque lo tratas con amabilidad. Tanto ellos como nosotros estamos en búsqueda constante de nuevos servicios y alternativas. La clave está en innovar, moverte y no dar nada por sentado.
3. Nunca pienses que lo sabes todo.
El aprendizaje es permanente. Así como avanza la tecnología, los negocios también evolucionan, y debes estar preparado para cambiar en cualquier momento, siempre enfocado en lo que necesita tu cliente.
4. No pierdas el control de tu negocio.
Si cedes el control, es probable que pierdas no solo el manejo de la operación, sino también el negocio mismo.
5. Asesórate de expertos.
Muchas veces pedimos consejo a amigos o familiares, pero rara vez te dirán que algo está mal; por lo general, te animarán con un “dale” y una palmada en la espalda. En cambio, un experto o un mentor con experiencia empresarial te dirá la verdad, incluso si no es lo que quieres escuchar. Y créeme, es mejor saber desde el comienzo si un negocio no va a funcionar, que invertir sin certezas y perderlo todo.
6. Ten presente este último consejo:
Si no estás dispuesto a trabajar “gratis” por tu sueño de ser emprendedor, es mejor que no lo intentes. En ese caso, busca un empleo donde te paguen lo que deseas y continúa tu carrera como empleado. Es posible que seas un excelente trabajador y logres alcanzar la posición que sueñas dentro de tu organización.
Espero que estas lecciones te sirvan como herramientas para pensar, construir y proyectar tu propio emprendimiento. No pretendo darte fórmulas mágicas, solo compartir lo que la experiencia me ha enseñado. Si decides aplicarlas, quizás evites algunos de los tropiezos que yo viví y recorras tu camino con mayor claridad. Al final, el éxito no depende de la suerte, sino de la disciplina, la preparación y la capacidad de levantarse cada vez que la vida presenta un reto.
En conclusión
Emprender ha sido, para mí, mucho más que crear un negocio: ha sido un proceso de transformación personal y profesional. Cada error, cada crisis y cada reinicio me han enseñado que el camino no se trata de evitar caídas, sino de levantarse con más fuerza y claridad.
He aprendido que llevar un control de gastos, mantenerse en constante movimiento, actualizar conocimientos, conservar el control del negocio y rodearse de expertos no son simples consejos: son principios fundamentales para sobrevivir y crecer en el mundo del emprendimiento. Y, sobre todo, que si no estás dispuesto a trabajar “gratis” por tu sueño, tal vez lo mejor sea seguir construyendo tu futuro como empleado.
Hoy, al mirar hacia atrás, confirmo que cada tropiezo abrió una nueva puerta, que cada crisis me obligó a reinventarme y que cada oportunidad llegó cuando decidí persistir. El éxito, entendido no solo en lo económico sino en la capacidad de generar valor y dejar huella, es la verdadera recompensa de este viaje.
Ese es, en esencia, el espíritu del emprendimiento: un camino de pasión, resiliencia y propósito, donde cada paso, incluso los más difíciles, construye la historia que estamos llamados a dejar en el mundo.
Nota aclaratoria
Este artículo fue escrito originalmente por Alejandro Lugo Silva (@alejolugo) como parte del libro “11 Experiencias de Emprendimiento” (2017), una obra colectiva que reúne relatos auténticos de empresarios y creadores latinoamericanos que decidieron compartir sus aprendizajes, aciertos y tropiezos en el camino de emprender. El libro está disponible en Amazon. Fue editado para esta publicación.
Como dato curioso, esta publicación nació en el marco de un “reto de 8 horas”: cada autor escribió su historia en una sola jornada, narrada en primera persona y publicada tal cual, sin edición posterior. Esto le otorga al libro un valor único, pues conserva la voz genuina y la esencia de cada protagonista.